Mokita
Se miraron a los ojos. Después de media hora, por fin, se atrevían a ceder en la batalla. El uno cayó en las pupilas del otro. Dos respiraciones profundas y aire disipándose lentamente. Quedaba poco que hablar y, lo que no se decía, ya se sabía. Sin embargo, nadie iba a hacer nada al respecto. Porque las cosas más obvias y sencillas a veces son las que más miedo da realizar.
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