miércoles, 27 de mayo de 2015

Enhebrar.

El hilo de la seda deja un rastro tras de mí. Cuando me doy la vuelta, observo cómo va abrazando sendas que, muchas veces, quieren olvidar las huellas que he dejado. 

Cada cosa que he amado tiene trazas de mí, de lo que he construido y de lo que quise que prevaleciera en ellas. Los rincones que me adoptaron en algún momento de mi vida balancean tapices durante las tormentas, y miles de retales esparcidos por las colinas que alcancé se agitan en una danza hipnótica. Hay recuerdos importantes que penden de hebras firmes y que, muchas veces, tiran de mí si intento avanzar demasiado deprisa.


A veces me enredo en mi propia creación. 
Son momentos angustiosos. 
No veo una salida. 

Llega entonces el momento de cerrar los ojos, acariciar la seda y hallar nuevos caminos en la oscuridad más absoluta. No hay atajos que nos lleven al final de un hilo, pero sí un camino oculto en nuestra historia que, dependiendo de la dirección que escojamos, nos llevará a nuestro destino.

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